jueves, 10 de noviembre de 2016

Montaigne

Estudió Derecho y durante muchos años ejerció el Derecho Parlamentario, fue decano durante 4 años y se dedicó a la literatura, transcurre su vivir meditando y escribiendo, el tema de la educación aparece en aquellas páginas como tarea esencial, que el hombre debe realizar a través de su propio vivir. Esta empapado en lecturas clásicas, pero no las utiliza en ejercicios retóricos sino como precioso material para estudiar la naturaleza humana, completándolo con la observación directa, de la que fue maestro. El ensayo es un coloquio consigo mismo, es descubrimiento del propio yo profundo. No es el erudito (Instruido en varias ciencias, artes y otras materias) sino la humanidad del hombre, coherentemente hablando, lo que busca. Su anhelo es formar un hombre para la vida: “No es una alma, no es un cuerpo el que educamos, es un hombre”.

Describe al hombre, en sus diferentes estados de ánimo en todas las alternativas de su vida, en los múltiples aspectos de su personalidad. En sus ensayos pedagógicos, lo atormenta pensar que aprendemos a vivir demasiado tarde, se anticipa a Rousseau, a todo el vitalismo contemporáneo desde Goethe a Ortega y Gasset.

Su pedagogía es liberal, quiere arrancar al hombre de las garras de los encandilados humanistas y latinistas ciceronianos, con el arranca  la pedagogía moderna en Francia.
Montaigne subraya cómo el saber  verdadero, ha de agilizar el ingenio, por el ejercicio a que le mueve. En todo ese repudio al saber, vertido desde fuera, que hincha y no hace crecer desde dentro, está jugando su papel un nuevo concepto del saber y la cultura, innovador y originalísimo: “no podemos ser sabios más que con nuestras exclusivas fuerzas”.  El procedimiento de Montaigne es esencialmente autobiográfico, lo que quiere es representarse en cuanto hombre para alcanzar así el conocimiento de la naturaleza humana.

En su faceta educativa, propone la entrada al saber por medio del ejemplo concreto y de las experiencias, más que del conocimiento abstracto. Se rehúsa a ser él mismo un maestro de pensamiento, ya que afirma en su filosofía que hay que basarse en buscar una identidad. Este personaje se inclina por la educación individual sobre la escolar colectiva; y confía a un solo preceptor la tarea educativa.  También explica que la educación debe ser con una “una dulzura severa”, es decir, no hay que dar castigos para que el niño no les tema, más bien hay que fatigarlos y educarlos al frío.

“Alejar de él toda blandura en el vestir, en el dormir, en el comer y en el beber y que no se convierta en un muchacho hermoso y afeminado, sino en un mozo lozano y vigoroso”.

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